
Ahora bien, el amor es fundamental. Un bebe que no ha sido “humanizado” a través de la sustancia materna al inicio de su vida, va a padecer un proceso de “deshumanización” con las consiguientes reacciones agresivas, ya que aprendió a adaptarse a un entorno carente en términos afectivos. Cada experiencia de vacío afectivo que sufre un niño humano, se suma a otras experiencias de muchos otros niños que se encuentran en las mismas condiciones, hasta que esa desesperación se plasma en una escala colectiva.
Por otra parte, los tiempos modernos nos juegan en contra. Las mujeres creemos que estamos accediendo finalmente a nuestra tan ansiada libertad -después de siglos de sometimiento al varón- por el hecho de trabajar y ganar dinero y que ésta es una victoria del género femenino. Sin embargo, podemos acceder a puestos de poder político o económico, pero si las mujeres seguimos caminando por el surco ciego de la represión y las limitaciones del amor primario, si no reconocemos la dureza que paraliza nuestro cuerpo, si no estamos dispuestas a escuchar nuestros latidos uterinos, si no ofrecemos nuestros pechos y nuestros brazos para el cobijo de la cría; entonces continuaremos siendo artífices indispensables de la violencia en el mundo. Porque resulta que sin amor primario no hay libertad. Sólo hay miedo y compensaciones desesperadas. Las mujeres somos la bisagra entre el pasado de represión, oscurantismo y odio; y el futuro que deseamos de movilidad, libertad y búsquedas creativas. Somos las mujeres quienes tendremos que comprender la relación directa que hay entre el amor primario y la libertad. Entre la represión del amor y la violencia.
Laura Gutman
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